
Los romanos consideraban que la muerte era un paso, igual que el nacimiento, la mayoría de edad o el matrimonio, pero este paso se daba a un mundo desconocido, por eso era importante que al difunto se le despidiese cumpliendo ciertos rituales. Era muy importante realizarlos correctamente para que el difunto no se quedase atrapado en el mundo de los vivos, ya que los romanos temían ser, o verse acosados, por fantasmas.
Un pariente difunto adecuadamente despedido, se convertía en uno de los Manes, espíritus protectores familiares, mientras que uno cuyo cuerpo permanecía sin enterrar, debido a muerte violenta, a un naufragio o a un asalto, se convertía en un espíritu que buscaba venganza, un lémur. Durante el mes de mayo se celebraba la Lemuralia o Lemuria, una fiesta similar a los que significa el Halloween o el Día de los Muertos. Durante esos días se creía que los lémures estaban sueltos y se cerraban los templos, no se celebraban bodas, se hacía ruido y el pater familias recorría su casa por la noche arrojando habas negras hacia atrás por encima de su hombro mientras les pedía que se marchasen.
Para los romanos era especialmente preocupante que los muertos no pasasen a donde les correspondía y tratasen de quedarse entre los vivos, ya que ese no era su sitio tampoco. Por ello se colocaba al difunto con los pies hacia la puerta, y se lo sacaba “con los pies por delante”, para que este no marchase al otro mundo mirando su casa y su vida pasada.
Tras unos días de velar al muerto en su casa, se lo llevaba a cementerios, fueras del límite de las ciudades, ya que eran muy conscientes de las enfermedades que podían trasmitir los cadáveres a los vivos. Allí, se les abrían los ojos para que viesen la luz por última vez, y se procedía a cremarlos, o inhumarlos, según las preferencias que tuviesen en cada época de los mil años de historia del Imperio de Occidente. Los ricos colocaban sus cuerpos, o las urnas con sus cenizas, en monumentos con inscripciones para la posteridad, mientras que a los pobres siempre se los inhumaban en fosas comunes.
Y, ¿qué creían los romanos que había en el más allá? También varió durante su historia, en incluso pervivían varias opiniones durante la misma época. Mientras que corrientes filosóficas como los epicúreos o los estoicos pensaban que el alma moría con el cuerpo, durante la república, la influencia griega los llevó a creer en un inframundo en al que se llegaba atravesando varios ríos, uno de ellos, el río Lete, tenía el efecto de que al cruzar los muertos sus aguas, olvidaban sus vidas. Hasta tal punto creían los romanos en esta historia que cuando las tropas conducidas por Décimo Junio Bruto en el s. II a.C. llegaron al río Limia, en la actual provincia de Orense, se amotinaron y se negaron a cruzarlo, convencidos de que era el mítico río del Olvido. Su general hubo de cruzar en solitario y llamarlos uno a uno por sus nombres para demostrarles que estaban equivocados.

Río Limia. Fotografía de Osvaldo Gago fotografar.net distribuida bajo licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported en Wikipedia.
De la necesidad de los espíritus de los muertos de cruzar esos ríos venía la costumbre de poner monedas en la boca y los ojos de los difuntos, para pagarle al barquero, ya que ellos creían que si no lo hacían, no se les permitiría cruzar y sus espíritus quedarían para siempre vagando en el mundo de los vivos.

Con el cristianismo las costumbres variaron. Al creer en la resurrección se pasó de la frecuente cremación a la inhumación de los cuerpos, ya que estos debían mantenerse intactos para cuando llegase el momento de la resurrección. Además, el cristianismo cambió algo más. Hasta ese momento en la historia de Roma había existido una estricta separación entre los vivos y los muertos, pero con la llegada del cristianismo muchas iglesias se construyeron extramuros, muchas veces junto a la tumba de un mártir. Lo que es más, posteriormente se tomón la costumbre de enterrar a los muertos alrededor o incluso dentro de las iglesias para propiciar una comunión entre la comunidad de los vivos y la de los muertos, lo que no era tan beneficioso para la salubridad. Aún hoy podemos observar las tumbas en muchas iglesias o cementerios construidos alrededor de las mismas.

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